El principito, parte 2


Había una vez un principito que era feliz. Tenía para comer y un techo debajo del cual dormir. Sobre todo tenía música y le encantaba bailar; así viajaba.
Sin embargo, un día le dijeron que lo que vivía era demasiado bueno para ser verdad, que no se podía vivir bien sin tener un trabajo o dinero -lo del dinero le costó entender porque al principio eran pedazos de papel que no eran comestibles ni producían música ni podía utilizar como ropa cómodamente. Luego se hizo una tarjeta que tenía cables y frecuencias, era como un videojuego. Nada de esto tenía sentido para él.
El principito fue absorbido por la idea ya que todos los demás eran así, parecía razonable. Así fue como se olvidó de lo que algún día había tenido.
Como todos sus coetáneos, él también decidió que tener vacaciones una vez al año era importante. En uno de estos viajes salió una criatura del agua y le habló de todo lo que el principito había vivido antes, cultivar su comida, cantar y compartir con su tierra y seres queridos.
El principito no creyó que esto podía ser cierto, dijo que nadie podía vivir así, que incluso este paseo en el que estaba era solo un sueño.
La criatura del agua le dijo que era cierto lo que estaba viviendo, que sufrir era parte de ser feliz pero no el único enfoque. La ira o la frustración deberían ser motores, con moderación, con propósito.
El principito no creyó que la criatura de agua existía así que como solo lo que el observador quiere ver, existe, la criatura de agua desapareció de su vista. Aunque seguía ahí, el principito ya no podía verle. Más o menos como el cerebro borra la nariz y las pestañas de su ángulo de visión, aunque están ahí, estorbarían la vista.
El principito se fue a dormir y soñó que estaba en su trabajo y era infeliz. Después de todo, era su única opción porque era todo lo que quería creer.

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